A casi nadie le es ajeno el grave problema que supone, en estos tiempos, el sobrepeso y la obesidad infantil. No solo es un problema estético, es un problema de salud que si no se ataja a tiempo puede desembocar en una larga lista de enfermedades asociadas, lo que merma mucho la calidad de vida de las personas y supone un gasto incalculable para la Sanidad Pública.

Este problema, por desgracia, se extiende y afianza de manera imparable en nuestros niños. Cada vez hay más niños con sobrepeso y obesidad en una sociedad cada vez más sedentaria y proclive al consumo de alimentos procesados y en consulta es frecuente escuchar “mi niño no está gordo” para justificar el uso “normalizado y diario” de esos productos, a lo cuál a veces como profesionales de la nutrición deberíamos responder, “no está gordo AÚN”. No tratamos de crear falso alarmismo y sabemos que es un tema delicado, pero precisamente por la preocupación que nos causa, hemos decidido abordarlo de una manera clara y directa.

Los principales culpables de la mala o deficiente alimentación de nuestros hijos somos nosotros, LOS PADRES que, por un lado, agobiados por la falta de tiempo y viendo la comodidad y la rapidez de un snack o comida rápida, creemos que son la solución a nuestra ajetreada vida y los consideramos un almuerzo o merienda estupendos, sobre todo porque sabemos que a ese tipo de alimento nuestros hijos no les van a poner mala cara nunca y no vamos a pasar un mal rato discutiendo con ellos, y más si estamos tratando con un “malcomedor”. Por otro lado creemos que la actividad diaria de nuestros hijos requiere un aporte de energía extra sin darnos cuenta que muchos de ellos esos aportes no solo no los gastan sino que los acumulan en forma de grasa, comenzando así un triste periplo hacia una vida de dietas y excesos, de subidas y bajadas de peso…

Todos los alimentos procesados llevan grandes cantidades de azúcares, grasas y sal, uno u otro o todos a la vez, lo más habitual. Son ingredientes que aumentan la palatabilidad de los alimentos, que potencian los sabores y que…. crean adicción, sobre todo el azúcar.

La sacarosa (azúcar de mesa) y la fructosa (azúcar presente en las frutas y en la miel pero usado también como aditivo y endulzante) son los principales azúcares implicados en la composición de multitud de alimentos infantiles o anunciados como tales y para colmo muchos de ellos van avalados por la Asociación Española de Pediatría.

Existen infinidad de productos alimenticios industriales destinados al público infantil cargados de azúcar: galletas, cereales, bebidas azucaradas, yogures, postres lácteos, gominolas y demás chucherías, cacaos solubles, zumos, néctares, salsas (kétchup)… Nos tiene que quedar claro que NINGUNO de estos productos (me resisto a llamarlos alimentos) es fundamental ni necesario para la correcta alimentación de nuestro hijos, más bien todo lo contrario. Nosotros los padres somos los que introducimos a los pequeños en el mundo del dulce, nos encanta ver la cara de éxtasis que ponen la primera vez que prueban algo muy dulce, pero estamos presentándoles al gran enemigo del peso y también de otra epidemia no contagiosa, la caries.

Desde pequeños empezamos con las cosas dulces (la excepción es la leche materna que aun siendo mucho más dulce que la de vaca porque tiene más lactosa, no deja de ser el mejor alimentos durante al menos los 6 primeros meses de vida el bebé y hace conveniente alargar la lactancia todo lo que nuestra vida laboral nos permita): cereales liofilizados para los biberones (no llevan azúcar añadido pero el resultado de la digestión de esa mezcla de harinas es el mismo que el de comer azúcar de mesa y más si van dextrinados), galletitas (aparentemente especiales para niños pero que lo único que hace esa distinción es encarecer el producto), zumos (eso sí, sin azúcares añadidos y con el reclamo de que están hechos con el zumo de no sé cuántas naranjas. ¿Quién se comería tres naranjas para desayunar o merendar?, nadie. Pues no les demos el azúcar equivalente a esas tres naranjas, o media piña entera, o tres melocotones en forma de zumo. Además, ¿nadie se ha preguntado por qué siempre saben igual todos los zumos? Cada uno de los que yo hago en casa sabe diferente, cada naranja sabe diferente, unas salen más ricas que otras. Pues sencillamente porque además de azúcares (provenientes de la fruta, eso sí) van cargados de reguladores de la acidez y otra serie de aditivos nada saludables que hacen que sean todos iguales.

Los néctares y productos mezcla de leche y zumos se llevan el premio. Los néctares porque no deja de ser zumo diluido en agua con bastante azúcar y las mezclas de leche y zumo porque además de azúcar llevan muchos más aditivos.

De los productos tipo yogures líquidos con bacterias, podríamos escribir un tratado. Además de llevar más de 10 gramos de azúcar por cada 100 gramos de producto, el valor añadido de tener bacterias supuestamente saludables, se queda en una simple subida de precio respecto de un yogur normal porque el efecto de las bacterias en nuestro intestino es nulo o casi nulo al destruirse todas a su paso por el estómago. Además  la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (AESA) que regula los productos con efecto probiotico o prebiótico ya se encargó de denegar su uso como alimentos funcionales (con propiedades beneficiosas para la salud), pero la publicidad, aunque ahora corregida, ha sido  tan efectiva que todo el mundo sigue pensando que esos “bichitos” que nos vemos son imprescindibles para que no enfermemos o se nos refuerce nuestro sistema inmune.

Y para no extenderme mucho más no me referiré simplemente a los cereales de desayuno, bollería, galletas de chocolate, snacks tipo gusanitos, bebidas gaseosas y además a esos cuyo consumo está en preocupante crecimiento. Me refiero a las comidas rápidas tipo hamburguesas y pizzas, todas ellas cargadas de grasas, sal y muuucho azúcar en las masas y salsas. La visita a este tipo de establecimientos debería ser algo testimonial, tan alejada una vez de la siguiente que los niños ni lo recuerden, pero no, lo hacemos una rutina si no semanal sí quincenal, si sacan buenas notas a celebrarlo al burguer, si hay oferta mejor y así cogemos en doble…. O añadimos más patatas pre-fritas con aceite de palma o nos tomamos un cremoso helado de postre. NO, no es la mejor opción para los niños, es la peor.

Al ser un tema demasiado extenso, lo volveremos a abordar la próxima semana con más datos y por supuesto esperamos vuestros comentarios o sugerencias sobre el tema.